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miércoles, 12 de abril de 2017

Laura

Con lo rápido que se enamora la gente hoy en día y ya nadie se enamora del amor.
Yo conocí a una amante del amor.


Era una amante silenciosa, de amor ancestral, invisible, transparente. 


Era una amante prudente, cálida.
Los amantes del amor son diferentes.


Se distinguen en la mirada, no puedes sostenérsela: quema.

Sin saberlo, ella me enseñó a enamorarme del amor.


Sin saberlo,me enseñó cómo sí hay personas que valen la pena. Sin saberlo me tatuó su sonrisa.

Aprendí que hay dos cosas que no se pueden perder en el olvido: la paciencia y la esperanza.

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miércoles, 29 de marzo de 2017

Ultra

Creo que el viento ya se llevó las cenizas de tu nombre.

Y no dieron lluvia para después.

Tampoco sol.

Nos quedamos esperando a ver qué pasaba.

No sé si ganaba el miedo o la curiosidad.

La gente susurraba en los callejones antes de ir a dormir.

Pero siempre mirando hacia atrás.

Por si acaso.

Pero nadie nunca supo.

Ni que pasó después  ni que había pasado.

Y la gente siguió susurrando.

Y ahora ganaba la costumbre.

Pero siempre mirando hacia atrás, por si acaso.

Y entre la verdad calculada y la mentira disfrazada desaparecí sin que nadie tuviera tiempo a acordarse de mi.
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domingo, 10 de julio de 2016

Inopia.

Eran las siete. Había llegado a las dos y media a casa. Llegó feliz. Móvil en una mano y pitillo en otra. El primero, casi sin carga, el segundo, con apenas dos caladas, consumido hasta el filtro. Dos alegrías. Una conocida, la otra no. Contrapuestas. Se deslumbran.


Felicidad.


Hora de comer. Restos de sonrisa en el rostro. Sólo una perduraba. La otra se convirtió en costumbre, sin alegría.
Su felicidad se bordaba en aquella pantalla. Podrían estar en otro continente. Sus ganas de vivir estaban ahí. Aquel símbolo de un mensaje podía cambiarle el día en milésimas de segundo.


Palabras. Sólo palabras.


Eran las siete.


Llevaba toda la tarde en un mundo onírico, sonámbulo. Un mundo insomne. No podía ni quería salir. Entre calada y calada, una sonrisa. Cuando se apaga la sonrisa, se encendía el cigarro. Y viceversa. Las agujas siguieron su ritmo. Dieron las diez. El sueño y el cansancio no pudieron con su alegría. Un “duerme bien, mi niña” apagó el día para encender otro, como si de sus pitillos se tratase.


Pasaron años que a Sandra le parecieron muchos más de los que realmente fueron.


Y al final su sonrisa se consumió.

Los mensajes que él le enviaba estaban oscurecidos por una sombra que olía a Chanel.


Cuando aquella sombra desapareció, sus mensajes ya no tenían respuesta.















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