Vió como se levantaba y se iba.
Y sin poder hacer nada para evitarlo, siguió mirando a través del cristal con el café pegado a los labios y una sonrisa triste en los ojos.
Era un cálido día de Diciembre con un tímido olor a canela.
El vestido rojo ya no se distinguía entre la multitud.
Y casi no parecía rojo.
Esta vez casi coinciden sus miradas.
Volvió a casa dejando palabras en la nieve. Al llegar a casa colgó la sonrisa y el abrigo.
A la mañana siguiente durante el desayuno, recordaba haber soñado la noche anterior con un vestido rojo que se perdía en la lejanía.
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