Mis ojos cometieron un error.
Incluso se le podría llamar delito.
Lo curioso es que nadie se percató. Ni yo.
De hacerlo, nadie me avisó. Hubiera intentado evitar las
consecuencias o al menos prepararme para ellas.
Fue tan tarde cuando me enteré de qué había pasado que sólo
podía observar inmóvil cómo mis mayores temores, día a día me dejaban el
periódico en el buzón cada mañana.
Nadie me creyó.
Era lógico, parecía un
chiste.
Ni yo lo creía, por eso cuando intenté hacer algo, ya no era
tarde, era imposible.
Acabé acostumbrándome a despertarme y a dejar que todo
girase de manera estática.
Y así fue, cariño, cómo me convertí en mi cárcel tras
enamorarme de ti.